sábado, 21 de octubre de 2006

LA COLUMNA DE DON RESI

HISTORIAS DE BARRIO por Patricio Resi

Hoy: Parque Patricios.

¿Conociste “Los Reptiles”?
(Todos los personajes de esta historia son ficticios)

Tomaban un café Peppino (73 años, de Parque Patricios), Washington (42 años, uruguayo) y Sebastián (18 años, de Capital Federal). ¿La cita?, en un cafetín de Parque Patricios.
Dos cortados y una lágrima, siete masitas secas de cartón, algunos profiteroles y el sifón de soda, por si alguien se atraganta con alguna masa.
Don Severino, único dueño del cafetín “Los Reptiles”, hace tiempo le había echado el ojo al purrete de la mesa. Alguien le había dicho que ese muchachito, con cara de provinciano, era un hábil usurpador de billeteras, que le decían “Látigo”, por lo rápido que era para hacerse de lo ajeno.
En cuanto a Washington, su cara metía miedo. Pozos en el rostro, cicatriz en la pera, nariz de boxeador, un tipo de unos 110 kilos y no más de 1.70 de estatura
Del más viejo, Peppino, no sabía nada trascendente. Lo había visto saludar, en reiteradas ocaciones, a una mujer joven, que podría ser su hija y tratar con mucho cariño a su pequeño hijo, Rolito.
La trifecta se sentaba todas las tardes a charlar en voz muy baja. Hacía ya tres meses que Don Severino los tenía entre ceja y caja. ¿Porqué se juntarían tres personajes con tanta disparidad de edades?, ¿Por qué justo en “Los Reptiles”?, ¿Qué es lo que murmuraban por lo bajo?.
Don Severino le pidió al más avispado de sus mozos, Aurelio, que con mucha discreción intente escuchar algo de lo que conversaban los tres personajes. Por otro lado, movió su red de contactos y pudo averiguar algo de estos extraños personajes.
Al más chico lo habían visto seguido en la popu del Tomás A. Ducó. Estaba en el chiquitaje, el robo express, trabajaba solo y estaba fichado por la dirigencia. En un par de oportunidades lo habían echado, pero se las ingeniaba para volver a aparecer.
Washington, había estado preso por robo a mano armada. Lo más probable, es que la actividad delincuencial, lo haya acercado a Sebastián.
De Peppino, se supo que tuvo un Cabaret en Colonia al 300. El viejo estaba en la pesada. A fines de los 90, tuvo que cerrar el boliche porque una noche, algunos de sus muchachos le habían dado una flor de paliza a Gastón Casas, en ese momento “la joya” del Globito. El quilombo fue “tapado” a los medios. La dirigencia de Huracán se encargó de enviar a la hinchada para, primero, romperle el local, segundo, romperle la cara al propio Peppino y tercero, exigir el cierre del cabarute. El viejo no quiso más joda, vendió el cheboli y se quedó con los morlacos.
Otros datos recabados, indicaban que, en los días de Washington en Devoto, había tenido problemas con parte de la hinchada de Huracán, que purgaban condena por otros delitos. Con varios, se había jurado venganza para cuando estuviera fuera de prisión.
Don Ceverino, juntó toda la info, la metió en una coctelera y sacó conclusiones. “Estos tipos están organizando “una vendetta” contra la hinchada de Huracán”, según dedujo el dueño del cafetín.
Llamó entonces a su amigo, el Comisario Alderete, con mucha llegada a la dirigencia del globito y a su hinchada y le comentó la situación. Mucha fue la sorpresa cuando el poli le dijo que Peppino era vocal titular de la actual Comisión del club, a la que llegó de la mano de su yerno, el ex goleador quemero Roque Avallay. También le transmitió que Washington, había sido contratado por Babington, actual presidente, para algunos trabajos particulares de fletería.
¿Cuál era la razón entonces?, ¿Por qué hablaban en secreto?, ¿Qué traían entre manos?
Aurelio, el mozo, había hecho su trabajo, escuchó algo de “un golpe”. “Ahí está, están preparando un delito, los tengo” dijo Don Ceverino. Ya no descansaría hasta saber que traían entre manos.
Peppino, Washington y Sebastián, se juntaban todos los días, menos los Martes. Ese día, Washington no estaba, o mejor dicho, llegaba a última hora.
Uno de esos Martes, Don Ceverino, mandó a dos de sus sobrinos a seguir a Washington. Lo siguieron de keruza, a bordo de un Dodge 1500 turquesa con techo vinílico negro. Washington conducía un Chevy naranja, modelo 77. A las 15:30, llevaban 2 horas de persecución. Vieron a Washington, parar en tres kioscos. Comprar dos atados de Kent, clavarse tres panchos, comprar una Itú Cola de litro y medio y hablar ininterrumpidamente por celular. Lo siguieron hasta el Microcentro. A las 17:10, Washington entró a un estacionamiento en Viamonte y Talcahuano. Los pibes se asustaron, no quisieron ingresar a la misma playa y tuvieron que seguir de largo. Lo perdieron de vista y comenzaron a dar vuelas a la manzana.
Ya habían pasado cuarenta y cinco minutos sin rastros del uruguayo. No podían volver a Parque Patricios sin ninguna data.
Dieron vueltas y vueltas por la zona, hasta que algo los dejó perplejos. Pasaban por la sede de la AFA y vieron en sus escalinatas al mismísimo Don Yulious, sí... el ferretero y a su lado Washington; sonrisas cómplices, abrazo y beso de despedida.
Los sobrinos de Don Ceverino tenían información pesada, pensaron, “En que quilombo nos estamos metiendo”.
Volvieron raudamente a “Los Reptiles” e informaron sobre las novedades. Algo grande se estaba “cocinando” en las propias narices de Don Ceverino, en la mesa central de su querido cafetín.
No se iba a quedar de brazos cruzados, decidió tantear las relaciones de Peppino.
Don Ceverino tenía muy buena llegada con René Housseman. El chueco, pasó largas temporadas de bermout y timba en las mesas de “Los Reptiles”. Se comunicó telefónicamente y lo citó en su oficina, tras el biombo, en el propio cafetín.
Llegó René con un amigo, pidieron Speridina y soda, cuatriolet de queso, salamín, palitos y papas fritas. Don Ceverino les dijo “Muchachos, estoy preocupado, hace un tiempo se juntan aquí tres personajes que no son de lo mejor. Sé, fehacientemente, que están detrás de algo grande. No quiero que pase algo malo y quedar pegado” René y su enigmático amigo miraban desorientados los dichos del viejo. Masticaban queso si parar y no interrumpieron nunca el monólogo de Don Ceverino. Al rato, ya habían pasado por unos Gancia, whiskys y unos fernet, con muy poca cola. René y el amigo estaban en pedo, le seguían dando al queso hasta que el viejo enfureció; “¿Y, no me van a decir nada?. El tal Peppino es yerno de Avallay. René, lo tenes que conocer. Algo tendrás para decir” Se hizo silencio hasta que el amigo de René tomó la palabra, “Mire Don... Ceverino, al momento, je - je, no le sé decir mucho. Vamo´ a averiguar y luego le informamo´, cheseñó”. Pasaron dos semanas y día por medio, René y el amigo, se instalaban a chupar gratis y no suministraban información de relevancia. Don Ceverimo los amenazó con cortar el chupi si no traían algún dato.
A los tres o cuatro días, cae el amigo de René, solo. Lo encara a Don Ceverino y le pide plata por información muy pesada. El viejo estaba tan cebado que no tardó en largar un cien con tal de saber lo que sucedía. El muchacho le contó que Peppino y los suyos, estaban planeando el secuestro de algunos ex Huracán (Hirsig, Cuqui Silvera y Rolfi Montenegro) y Don Yulious estaba tras la operación, porque con el pago del rescate iba a lavar varios cientos de miles de dólares de dirigentes del fútbol ruso, ahora asociados al capo de la AFA.
La operación concluiría con la sesión sin cargo de los futbolistas a las filas del Globito. Con esto, más algunos arbitrajes arreglados, se aseguraría un nuevo regreso quemero a la Primera A. En definitiva, sería el comienzo de un nuevo y glorioso ciclo de Huracán en el fútbol argentino.
Don Ceverino sintió que era Petroccelli, tenía en sus manos información sumamente sensible. Podía callarse o hacer lo que su padre, en Galicia, siempre le había enseñado, hacer justicia. Era la hora señalada, debía denunciar a una banda de delincuentes y hacer caer a la mafia del fútbol. Sería el orgullo de sus hijos, nietos y bisnietos.
Habló con su amigo Jesús, dueño de una inmobiliaria para saber por cuanto podía liquidar el cafetín, en el caso que la cosa se ponga fulera. Hasta llegó a hablar con su tío Edelterio, que vive en Galicia, para informarle que quizás en poco tiempo debía asentarse por allí.
Era la hora más importante de su vida. No iba a llamar al Comisario Alderete, pues este estaría seguramente condicionado por sus contactos.
Por intermedio de un amigo de toda la vida, logró una entrevista con un Diputado Nacional (por cuestiones procesales no podemos develar su nombre).
La denuncia dejaba un tendal político. Apuntaba a la plana mayor de la AFA, a la dirigencia de Huracán y a los tres personajes que instrumentarían los secuestros; Peppino, Washington y Sebastián.
Don Ceverino habló largo y tendido con el legislador, este se mostró sumamente interesado en aniquilar la columna vertebral del corrupto fútbol local.
Le hicieron firmar mil y un papel.
Don Ceverino se la jugó a fondo.
El operativo quedó programado para el día 22 de Julio.

Ese mismo día (22 de Julio), Don Ceverino, abrió el cafetín, 7:30 como todos los días. Cinco minutos antes de las 08:00, entró Avallay, sí, Roque Avallay junto al pequeño Rolito. Pidió dos café con leche, con seis medialunas y le preguntó a Aurelio, el mozo, “Dígame, ¿UD conoce a Peppino, un viejo que sabe venir por aquí?”. Don Ceverino paró la oreja y se arrimó. Se presentó y le dijo que conocía a Peppino, que hace un tiempo se juntaba allí con otras personas.
Entonces Roque se despachó, “Mire Don Ceverino, quiero pedirle una gauchada. Mi suegro, Peppino, tiene problemas con la bebida y la yunta con Washington y Sebastián, dos ex empleados de sus boliches, nunca me gustó. Ellos le dan de chupar, aunque no son malos tipos. Washington le hace trámites, como ir a cobrar una colaboración económica que la AFA le brinda por su trayectoria como dirigente de Huracán y Sebastián lo ayuda con trámites bancarios y esas cosas. Quiero pedirle, por favor, no le venda bebidas alcohólicas en exceso. Peppino puede tener una crisis seria por exceso de bebida y en la familia lo queremos mucho, es un muy buen abuelo, por eso me tomo el atrevimiento de pedirle este favor”. Y la remató con....”Ahhh, le presento a Rolito, mi hijo. Saluda a Don Ceverino, pibe, dale un besito, dale”.
A pocas horas del mega-operativo, a Don Ceverino le cayó la ficha.
Nada fue según preveía.
Se dio cuenta que Peppino, solo era un borracho empedernido y que lo único que quería era chupar.
Su rostro tomó el color de la camiseta de Huracán, casi se muere ahí mismo. Definitivamente, estaba en el horno.
¿Y el Diputado Nacional, que se la jugó contra toda la crema de fútbol y la política?
Don Ceverino lo pensó rápido, “Estos tipos me van a matar”.
En cuestión de horas, Don Ceverino cerró “Los Reptiles” (no llegó a venderlo) y se esfumó con lo puesto. Hoy vive con Edelterio, en Galicia, y se comunica por internet con Aurelio, el mozo.
Desde su Galicia natal, añora los entrañables tiempos de “los Reptiles”.
¿Podrá volver?


Roque Avallay. Delantero campeón con Huracán en 1973.


Los Reptiles.